Hace 3 ó 4 años recibí un correo electrónico donde nos pedían a los veterinarios participación con anécdotas de nuestro día a día en la clínica. El mensaje era un poco ambiguo, una parte del correo hacía referencia a experiencias anecdóticas en la veterinaria, lo que podía entenderse como casos «raros», y en otra hacía referencia a anécdotas divertidas con algunos pacientes y sus propietarios. Después de mucho pensar a qué se referirían y de pensar si tendría de las primeras y de las segundas, mandé una. Y luego otra… y así hasta 5, creo.
Este año 2022 vio la luz el 8º libro de Gonzalo Giner, veterinario y escritor de novelas. Llevaba esperando por él mucho tiempo, y más desde que me enteré que mis anécdotas saldrían reflejadas, y que el libro estaría dedicado por el autor.
Como la participación de los colegas veterinarios fue amplia, y como yo más de uno envío unas cuantas anécdotas, dividió el libro en 6 epígrafes clasificando las historias en cosas que tenían en común.
Una de mis anécdotas está dentro del epígrafe «de actividades paranormales, confusiones, momentos extraños y situaciones de vida o muerte», ya que me pasó hace unos cuantos años, que una gata recién eutanasiada con la que estaba practicando una técnica (sí, los veterinarios hacemos esta clase de cosas), empezó a mover la cabeza para los lados y a «morder». Es relativamente habitual que en el post-mortem, debido a contracciones musculares algunos músculos se muevan. Pero no tanto.
Otra de ellas, en «de aquellos dueños que despliegan delante del veterinario unos comportamientos un tanto extraños», pues en una ocasión una propietaria muy afectada por el diagnóstico de su gato no esperó a que le interpretara la analítica, me la arrebató de las manos, y mientras realizábamos una ecografía, ella interpretaba las imágenes por su cuenta.
Y la última, está en «de animales que se comportan como humanos y humanos que se comportan como…». Y es que una vez que dejé a una gata que se estaba recuperando de una larga hospitalización libre por la sala de hospitalización (ya estaba fuera de riesgo y más recuperada de lo que pensaba), hizo saltar la alarma de seguridad, con la consiguiente llamada a la compañía de seguridad, y por ser de madrugada también a la policía local. En fin, que no sabía dónde meterme!
Mandé más, pero no debieron ser lo suficientemente buenas. Una fue con la forma de escribir el nombre del perro: se llamaba Yor y pregunté si era como Nueva York, a lo que me respondió que no, que como el jamón de «yor». Otra con las famosas «pepitas» para las pulgas (pipetas), y también los famosos «tentáculos» de vaca (tendones).
He de resaltar que la obra no pretende reírse de los dueños, simplemente es tomarse con humor las situaciones que surgen bajo tanta tensión.